sábado, 12 de diciembre de 2009

Las mandarinas


Mis vecinos de al lado cuando era niña eran una pareja de pueblerinos que tenían solo una hija unos diez años mayor que yo, asi que nunca fue mi compañera de juegos pero no sé porque mis tres hermanos y yo ibamos y veníamos de mi casa a la de ellos con frecuencia.

Tocábamos y apenas abrían nos escabullíamos adentro, los señores ya estaban acostumbrados a tal insolencia y nos dejaban estar el rato que quisieramos, su casa era grande, con escasos muebles, blanca por todos lados y fría, en el cuarto de la entrada tenían unas enormes pinturas de caballos en pesados marcos las que contemplaba por horas y en uno de los armarios el señor tenía una colección enorme de revistas y comics mexicanos que leíamos sentadas en unas cajas de madera hasta que nos dolían los ojos sin terminar con ellos.

Ellos eran silenciosos y tranquilos y tener a cuatro chiquillos inquietos debió de haber sido una pesadilla para ellos, sin embargo nunca nos regañaron ni nos llamaron la atención, lo que más recuerdo es la época de invierno cuando el señor llevaba a casa varias cajas llenas de mandarinas maduras y dulces que vendía en su bodega del mercado de abastos y que nosotros tomábamos y comíamos como si de verdad se las fuéramos a pagar, mi mamá siempre terminaba yendo por nosotros y reprendiéndonos de tan exagerada confianza pero el señor siempre le decía que él nos habia dado permiso.

Pero cuando hablábamos mucho la señora nos daba unas bolas de chicle duras que nos entretenían por horas en silencio hasta que acababamos con las mandíbulas molidas.

Mi mamá y la señora se embarazaron al mismo tiempo una vez, casi dieron a luz por la misma fecha con la diferencia de que mamá recibió a una preciosa niña de ojos almendrados y cabellos rizado y la señora recibió una niñita muerta, será por eso que a mi hermana ella siempre la consintió como si la sintiera suya y se volvió melancólica, una vez la vi llorar mientras tenía a mi hermana en su regazo.

Un par de años despues ella falleció de complicaciones en el hígado, el señor vivió por años un luto triste y en su casa dejó de haber mandarinas, él y su hija se mudaron y a esa casa llegó otra familia igual o más ruidosa con quienes nunca congeniamos.

Al señor lo ví hace poco con una nueva esposa, sonriente y tranquilo como si la vida le hubiera vuelto a los ojos.

Todavía ahora cuando como mandarinas siempre se me viene a la mente esa casa fría y blanca y los señores silenciosos inalterables ante nuestra energía.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

he dado un paseo por tu blog y me ha encantado
volvere
un saludo

இலை Bohemia இலை dijo...

Me encantan las mandarinas y su aroma...

bonita entrada!

Bss